Para viajar yo empezaría por Honduras



Hace algunas semanas agarré mi mochila, mi coleta, un bote con agua y me fui a la chingada a ser feliz, pero también a aprender y conocer culturas y tradiciones nuevas, esta vez tocó en el norte del país y me enamoré de todo lo que vi en los caminos de Honduras.

Era uno de esos días en los que te preguntas seriamente el propósito de la existencia humana, un día de revelaciones divinas, un día que tomé algunas cosas y me fui de “mochilera” y bueno, algo así.
Decidí irme sin rumbo a conocer un poquito más de Honduras, todo nació porque me sentía frustrada porque las cosas no iban como a mi me gustase que fueran, y para desestresarme siempre termino en algún lugar de Honduras sola (no le digan a mamá), aunque ya lo supone.

Le comenté a algunos amigos mi plan maestro, pero no les agradó mucho la idea, fue un ir y venir de: “Pero no podés ir sola”, “Honduras es peligroso”, “¿Dónde te vas a quedar?” y un montón de preguntas que no sabía como responder, el caso es que me valió un poco y me fui, ignorando todas las malas vibras de lo que podía pasar en el camino.

Así que sí, me fui, sola, sin mucho dinero y solo con una mochila, que les digo…



Es divertido cuando no tenés un rumbo fijo, cuando tomás un bus y es a donde te lleve o a donde te agarre la noche, a mí me tocó buscar donde quedarme en San Pedro Sula (no era mi mejor idea de destino turístico) pero me encontré una de personas geniales en un acogedor hostal llamado “Aquí me quedo” y literal que luego de dos noches, quería quedarme, gente bonita y amable que se volvieron amigos (hey si me leen, en poco volveré).

Más tarde seguí mi camino y un terrible calor me volvió loca en La Ceiba, parada necesaria para ir a disfrutar de algunos lugarcitos que me habían recomendado, en un restaurante encontré a dos viajeros que no hicieron más que hacer de mi aventura, algo único y divertido.

¡Tela de mi vida! Como no amarte si me recibís siempre con sonrientes peatones y con rumba por las noches, luego Tocoa con amigos y Trujillo que más tarde me enseñaría el atardecer más bonito que haya visto en mis 500 años de vida, el agua más calentita de Honduras y la brisa salada más renovadora.  


Les quisiera contar todo, todito, pero sería un libro lo que escribiese del norte del país.

Sin duda alguna ¡Fue la mejor fucking experiencia de la vida! No me arrepiento de nada, incluso, no me arrepiento de un día terminar llorando y preguntándome ¡¿Qué carajo haces?! ¡Volvé a casa!, porque si, aunque no lo crean llega ese punto del viaje donde el dinero te dijo “Chau” y no sabés que diablos hacer y quedás con la dignidad herida así que llamar a mamá no es una opción y seguís y seguís y te pones a vender helados en la calle para pagarte un hospedaje y así vas, innovando, creando y luchando para pasar otra noche en la tierra de nadie.

Pero cuando te sentás a ver el atardecer detrás de las enormes letras de Trujillo y mirás alrededor, sentís una satisfacción imposible de explicar, es como que alguien te susurrara en tu interior; “Estás donde tenés que estar” y así aprendes lo que es la paz.



Si de experiencias hablamos les contaría miles, me fui para la paya, luego para el bosque, luego para la ciudad y luego al lago, conocí muchas personas increíbles en el bus, en un restaurante y en un café, me di cuenta que no necesitas de mucho para ser feliz, solo necesitas cargar tu corazón de buena vibra y de fe en que todo estará bien.

Si miro atrás me doy cuenta que no soy la misma mujer que era antes del viaje, en cierta manera aprendés, crecés y mejoras, eso no tiene precio alguno.

Cuando querás nos damos una escapada por Honduras y si sos de afuera, aquí te vas a querer quedar.

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